No sé para el resto de los mortales, pero para mí la visita a la peluquería es un auténtico suplicio.
Desde las conversaciones absurdas de las que suelo ser testigo gracias a las "feligresas" habituales (que parecen encontrar en la actividad una suerte de terapia psicológica o una especie de confesor espiritual que jamás he llegado a entender del todo), al tormento de los tirones de pelo del desenredado y los constantes cambios de temperatura del lavacabezas, pasando por los "quemazones" de oreja a la hora del secado.
Eso sin contar con la humillante imagen que se refleja en el espejo durante la "transición" de "cenicienta" a "princesa del baile": un enooorme babero que sólo deja a la vista lo peor de tu anatomía en esos momentos, es decir, una cabeza que no reconoces como tuya, unos pelos infernales despeinados, con las raíces impregnadas en una pringosa mezcla oscura que apesta a amoniaco (a menos que el tinte sea de los buenos) y que en el mejor de los casos no te escocerá si la peluquera es habilidosa y no se pasa con el agua oxigenada al preparar la mezcla, aderezados con una suerte de protectores de papel de aluminio (si te dar por hacerte unas mechas) que te hacen parecer un auténtico "replicante de pega" más propio de Blade Runner que de un centro de ¿estética?.
Suerte que yo me quito las gafas para facilitar la aplicación del tinte y esa penosa visión me pasa completamente desapercibida. Eso minimiza el sufrimiento. Claro que me hace parecer una exéntrica clienta con las páginas del Hola o del Semana a un palmo de la cara (culpa de las dioptrías galopantes; no se puede tener todo).
Aunque nada comparable con el fatídico momento en que la peluquera, ya en el lavacabezas, te ataca con una frase lapidaria: "no te ha cogido bien el tinte; te dejo aquí unos minutos, ponte cómoda". ¡¡¡Cómoda!!! ¿estás de guasa? me dejas aquí con el cuello retorcido sobre un borde de loza que se me antoja como una cuchilla de afeitar, medio descoyuntada y cortándome el riego cerebral y ¿pretendes que me sienta cómoda? ... y esos escasos minutos te parecen horas.
Lo que sí admiro de las feligresas es su habilidad para mantener una conversación en toda regla con el secador zumbado a dos centímetros escasos del tímpano. Me confieso una auténtica inútil que sólo alcanza a esbozar una sonrisa estúpida cada vez que la peluquera formula una pregunta.
Y para colmo de males el suplicio finaliza con una dolorosa cuenta que deja la tarjeta de crédito echando humo. Te hacen sufrir durante 2 horas y encima pagas un dineral por ello. ¿Acaso existe una forma de masoquismo más evidente?
Y lo peor es que a medida que pasan los años se multiplican las visitas, culpa de unas persistentes raíces (me río de Kunta Kinte) que pugnan por abrirse paso con inusitada violencia. Te miras una mañana al espejo y han aparecido de golpe durante la noche, y te miran amenazantes. "Pero si sólo hace 1 mes desde mi última visita!!"
Y para colmo de males el suplicio termina con una dolorosa cuenta que deja la tarjeta de crédito echando humo. ¿Acaso existe algo peor? Te hacen sufrir durante 2 horas y encima pagas un dineral por ello. No encuentro un ejemplo de masoquismo más gráfico.
Reconozco que la mía se aleja bastante del ambiente "parroquiano" y me quedo con ella.
Pero si yo llego a descubrir a tiempo "
Fashionkids"... ay... Ésto sí garantiza una sesión divertida.
¿No os parecen fantásticos esos sillones-automóvil a prueba de infantes inquietos?
Creo que con un poco de contorsionismo podría caber en uno de esos.
El próximo mes lo pruebo y os cuento XDDD