. . . . . . Escuela infantil, Pripyat
.
La central de Chernobyl era la gran promesa energética de Ucrania, alabada por unos y considerada una amenaza por otros.
26 de abril, 1986. 1:23 am.
Un gran resplandor en medio de la noche y una fina lluvia sorprende a los vecinos, que salen a la calle a observar aquel extraño sol de medianoche. Regresan a casa y contemplan su piel frente al espejo: se ha oscurecido levemente; es el "bronceado nuclear".
La nube generada se desplaza por el continente llegando detectarse leves niveles de readioactividad incluso en Suecia y Finlandia, desde donde siguen el rastro radiactivo hasta localizar su origen en algún punto de la Unión Soviética. Preguntan a las autoridades pero en respuesta sólo reciben evasivas. Hay miedo a que se extienda la alarma y puede que por eso mismo no se ordene un plan de evacuación inmediato en las poblaciones colindantes, que siguen con su rutina diaria ajenos a la radiación que están recibiendo.
En Mayo se detecta en lugares tan remotos como Japón o EEUU y los investigadores del CSIC catalán analizan la orina de varios voluntarios en Barcelona, detectando la presencia de niveles bajos de iodo radioactivo.
El incendio del rector nº 4 ha liberado una cantidad de energía hasta entonces desconocida, formada por una serie de isótopos (cesio, iodo, estroncio, plutonio...) cuya vida media oscila entre los 8 días y los 4 siglos. Ingenieros y operarios corren al exterior y son evacuados de inmediato al hospital, donde agonizan entre fuertes dolores.
Cientos de bomberos se movilizan para evitar que el incendio se propague a los otros 3 reactores. Trabajan sin la protección adecuada, aunque a decir verdad, ninguna protección es suficientemente adecuada para enfrentarse a aquel infierno. De hecho, según la ONU, las deformaciones congénitas en la región se han incrementado desde entonces en un 250%.
Víctimas colaterales de las que nadie habla, seres humanos cuya existencia permanece prácticamente oculta al resto del mundo. Son los
niños nacidos tras el accidente.
Igor Kostin , fotógrafo de prensa, es el primero en conseguir instantáneas del accidente. Acude en un helicóptero militar que acudía al lugar para medir los niveles de radiación y realiza 20 disparos antes de que su cámara se bloquee; pero al llegar al estudio y revelar las fotos, contempla con asombro que todas se han echado a perder excepto
una.
Mientras, y a pesar de las advertencias de los ingenieros, el gobierno sigue sin autorizar la evacuación de la población, que continúa un día y medio inmerso en su rutina.
Hay que tapar la grieta a cualquier precio, aunque sea preciso movilizar a 700.000
personas (entre voluntarios y militares). Sólo unos pocos son conscientes del peligro al que se exponen, mientras otros (la mayoría) son víctimas de la falta de información. Son los "liquidadores", auténticos héroes equipados con aparatosas
mascarillas (bautizadas como "morros de cerdo") que les provocaban heridas y rudimentarias placas de plomo a modo de
delantales de 35kg de peso. ¿Su misión?
Correr hasta el techo del reactor y recoger con sus propias manos los escombros radioactivos y lanzarlos al interior del reactor llameante. Siempre sin dejar de correr, a lo largo de 3 minutos (de ellos, tan sólo 40 segundos en el tejado), el tiempo máximo de permanencia permitido para ¿no comprometer? irreversiblemente su salud.
Promesas económicas y retiros anticipados que convencieron a muchos, aunque la mayoría lo hizo por compromiso con su país. Aunque a uno le da por pensar si no se trataría más bien de un heroicismo "forzado".
Luego llegaron los mineros, que abrieron un túnel bajo el reactor para llenarlo de N líquido evitando la propagación de la radiación por el subsuelo.
Muchos fallecieron al poco tiempo y los que han sobrevivido hasta hoy, conviven con la enfermedad.
. . . . . Memorial a los bomberos de Chernobyl
El mundo entero contrajo una deuda con ellos aquel 26 de abril.
Por fin el 27 por la mañana se ordena la evacuación de Pripyat. Huyen con lo puesto en los 300 camiones y 1200 autobuses fletados. Más de 70 aldeas (las más próximas a la central) son arrasadas por los bulldozer.
Tras el éxodo masivo, muchos delincuentes aprovecharon para saquear las casas vacías, revendiendo los objetos contaminados.
Pero aún quedaba pendiente la parte más importante: el montaje del "sarcófago" de hormigón para aislar el reactor. Obreros y soldadores se afanaron en su construcción. Pero dicen que la vida media del sarcófago es de 30 años aproximadamente. ¿Y después qué? la amenaza de derrumbe permanece (existen 8 zonas probables de colapso)y se especula con la posibilidad de reforzarlo colocando otro encima. Una obra gigantesca, multimillonaria y no exenta de problemas, como ya detalla la prensa.
Fotografías: LIFE, National Geographic