Este post, que anda dando tumbos desde Septiembre, por fin ha conseguido hacerse un hueco en esta libreta. Tras muchas tribulaciones y fallidos intentos conseguí arrancarle al primo J. unos minutos de su tiempo y pusimos rumbo a Chueca en compañía de mi costillo.
Y llegamos a
Gion, un pequeño rincón de Japón trasplantado en Augusto Figueroa (aunque recientemente trasladado a la cercana c/ Barquillo, a un local más grande, ergo, más cosas para dejarse tentar). Una tienda regentada por un japonés casado con una española, un tipo simpatiquísimo (Masa, si mal no recuerdo) con un gran sentido del humor y un dominio del castellano (tacos incluidos) que todavía me arranca una sonrisa al recordarlo.
Masa viaja de vez en cuando a Japón para traerse nuevo material, de modo que la tienda se recicla constantemente, ofreciendo pequeños detalles (figuritas, marcapáginas, "charms" para colgar del móvil, taaaaaaan populares entre los nipones), objetos tradicionales (algunos antiguos) como teteras, armaritos y
yukatas (la versión barata de los kimonos) de algodón.
J. aprovechó para comprar unos
tabi para sus clases de
iaido (los típicos calcetines con el dedo saparado), mi costillo se compró un pañuelo y yo me quedé con las ganas de traerme un precioso yukata corto (me dió cargo de conciencia traérmelo para tenerlo aparcado en el armario).
Ví que también tiene algunas
kokeshi modernas e incluso de las antiguas. Son unas muñecas tradicionales elaboradas en madera, sin brazos ni piernas, con un diseño muy sencillo parecido a un bolo. Al parecer se remontan a la era Edo (1600-1868) y era costumbre regalarlas a los clientes de los antiguos balnearios.
De momento me conformo con admirar la que le traje a mi madre esta primavera desde Japón.
Si pincháis en el nombre de la tienda (más arriba) veréis la variedad de artículos que tienen. Espero que les vaya muy bien con la expansión del negocio. Y aprovecharé para visitarles dentro de unas semanas a la búsqueda de algún detalle curioso para regalar en Navidades.
Una vez finalizadas las compras tocaba mimar al estómago pues se acercaba la hora de la merienda. Hay un lugar que tenía ganas de conocer y no quedaba lejos, así que nos acercamos a Le Pain Quotidien.
Se trata de una cadena de cafetería-pastelería-panadería originaria de Bélgica y expandida por medio mundo (Australia, Bahrain, Canada, Francia, Alemania, USA...). Alain aprendió el oficio de su abuela y años más tarde se embarcó en el negocio. Panes tradicionales y contundentes, como los de antaño.
Sus locales se caracterizan por invitar al relax, suelos y mesas de madera sin tratar y el sello de la casa es la enorme mesa comunal que protagoniza el espacio central del comedor, algo que gusta mucho en centroeuropa pero que en España no termina de convencer (en las 2 ocasiones en que he estado allí comprobé como se van ocupando primero todas las mesas de alrededor).
Ofrecen desayunos y meriendas (bollos, bizcochos, y yogur y fruta para los que no sucumban a la gula) así como cenas y comidas ligeras a base de sopas, ensaladas y algunas verduras. En su contra, los precios algo elevados y la escasez de algunas raciones; a su favor, la calidad de los productos y el encanto del lugar. Siento decir que el servicio se resiente también de falta de dinamismo.
Resulta difícil escoger. Mi elección fue un pan de cereales y nueces, que se sirve acompañado de mermeladas (de fresa y ruibarbo-buenísima, con un sabor que me resultó familiar pero que no alcancé a reconocer) y crema de nocilla (estupenda). A discreción. Y un generoso tazón de café capuccino con mucha espuma.

Aquí J. disfrutando de su té helado:

Cuando comenzó a oscurecer bajaron las luces y repartieron candelas por las mesas, creando un ambiente realmente acogedor.
Cuentan también con un mostrador anexo donde poder comprar los bollos, tartines, panes y mermeladas para disfrutar de la merienda en casa.
Pero no es lo mismo.