


Y junto a la entrada, un "tocador de copas" reproduciendo con increíble maestría el "Yesterday" de Los Beatles. Sorprendente.



Si pincháis en el nombre de la tienda (más arriba) veréis la variedad de artículos que tienen. Espero que les vaya muy bien con la expansión del negocio. Y aprovecharé para visitarles dentro de unas semanas a la búsqueda de algún detalle curioso para regalar en Navidades.
Una vez finalizadas las compras tocaba mimar al estómago pues se acercaba la hora de la merienda. Hay un lugar que tenía ganas de conocer y no quedaba lejos, así que nos acercamos a Le Pain Quotidien.
Se trata de una cadena de cafetería-pastelería-panadería originaria de Bélgica y expandida por medio mundo (Australia, Bahrain, Canada, Francia, Alemania, USA...). Alain aprendió el oficio de su abuela y años más tarde se embarcó en el negocio. Panes tradicionales y contundentes, como los de antaño.
Sus locales se caracterizan por invitar al relax, suelos y mesas de madera sin tratar y el sello de la casa es la enorme mesa comunal que protagoniza el espacio central del comedor, algo que gusta mucho en centroeuropa pero que en España no termina de convencer (en las 2 ocasiones en que he estado allí comprobé como se van ocupando primero todas las mesas de alrededor).
Ofrecen desayunos y meriendas (bollos, bizcochos, y yogur y fruta para los que no sucumban a la gula) así como cenas y comidas ligeras a base de sopas, ensaladas y algunas verduras. En su contra, los precios algo elevados y la escasez de algunas raciones; a su favor, la calidad de los productos y el encanto del lugar. Siento decir que el servicio se resiente también de falta de dinamismo.
Resulta difícil escoger. Mi elección fue un pan de cereales y nueces, que se sirve acompañado de mermeladas (de fresa y ruibarbo-buenísima, con un sabor que me resultó familiar pero que no alcancé a reconocer) y crema de nocilla (estupenda). A discreción. Y un generoso tazón de café capuccino con mucha espuma.
Aquí J. disfrutando de su té helado:
Cuando comenzó a oscurecer bajaron las luces y repartieron candelas por las mesas, creando un ambiente realmente acogedor.
Cuentan también con un mostrador anexo donde poder comprar los bollos, tartines, panes y mermeladas para disfrutar de la merienda en casa.
Pero no es lo mismo.
Muchas casa ubicadas en el lado oriental con fachadas en el límite fronterizo occidental fueron testigos de numerosas fugas. Los bomberos de Berlín occidental se implicaron a fondo: desde esas casas aquellos deseosos de huir arrojaban papeles a la calle con el nº de la calle, el piso, la ventana y la hora de escape. A la hora señalada y tras tirar sus pertenencias por la ventana se arrojaban al vacío sobre las redes que los bomberos sujetaban.
Por ello se tapiaron muchas ventanas y portales, obligando en algunos casos a los vecinos a acceder al edificio por el patio trasero.
Los soldados recibieron la orden de evitar las huidas a toda costa, disparando a matar si fuera necesario.
La falta de libertad y la constante vigilancia de la Stasi agudizó el ingenio y surgieron miles de ideas de fuga.
Unos lo intentaban por mar o por vía fluvial, como Ingo Bethke, que protagonizó una arriesgada huida por el río Elba sorteando sus fuertes corrientes en mayo de 1975 a bordo de una colchoneta hinchable. Otros se decantaron por el aire, como los Strelzyk: durante meses costruyeron un globo con ayuda de sábanas y cortinas. A 2500 m de altitud el desgarro de una costura precipitó un aterrizaje forzoso. Con la angustia de no saber en qué lado habían ido a parar exploraron el terreno mientras sus hijos permanecían ocultos. Afortunademente estaban en la RFA.
El muro también sufrió la embestida de camiones pesados en varias ocasiones. Aunque más espectacular fue la evasión de 57 personas a través de un túnel subterráneo excavado a lo largo de 6 meses por familiares y amigos desde el lado occidental.
Hubo quien se deslizó por cuerdas tendidas desde casas "orientales" tensadas por familiares desde el lado "occidental". O se ataban debajo de los vehículos que circulaban a través de los pasos fronterizos. O a la vista de todos, como 4 hombres vestidos con uniformes soviéticos que habían sido confeccionados por sus esposas.
Pero no todas las historias de fugas tuvieron un fina feliz. Se cree que cerca de 200 personas perdieron a vida en el intento y muchas otras fueron heridas. El último en cerrar tan macabra lista fue Chris Gueffroy, de 20 años, que fue asesinado en un fallido intento de fuga tan solo 9 meses antes de la caída del muro.
La apertura de la frontera húngara en septiembre de 1989 acentuó la huida de los alemanes hacia occidente; cerca de 20000 provecharon sus vacaciones en Hungría para escapar hacia la Alemania Federal, siendo acogidos en gimnasios y albergues. Debían atravesar Austria, que colaboró facilitando la libre circulación.
Pronto miles de personas solicitaron asilo político en la embajada de la RFA en Varsovia, que se vió desbordada; gracias a las negociaciones consiguió evacuarlos en trenes especiales que atravesaron la RDA.
Todo ello precipitó la apertura del muro el 9 de noviembre de 1989.
Aquella noche puso fin a años de delación, de estrecha vigilancia a manos de la Stasi, de escuchas telefónicas, de privaciones y de separaciones. Miles de berlineses del este acudieron en masa alentados por las noticias que recibían a través de la radio y tv, atravesando emocionados las puertas, por fin abiertas, mientras los soldados sellaban sus pasaportes, invalidándolos de esta forma e imposibilitando su regreso. Poco sospechaban que no serviría de nada.
Todos recordamos aquellas imágenes de los ciudadanos entregados a la demolición con los medios que encontraban a su alcance. Por fin caía el "muro de la vergüenza".