El hotel dispone de 3 restaurantes a elegir para desayunar y optamos por el de la planta baja. Hay buffet libre occidental y japonés (tofu rebozado, minihuevos escalfados, gambas rebozadas, arroz, fideos, sopa... es la primera vez que tomo pescado para desayunar; está frito, con poca grasa y en porciones pequeñas para poder comerlo con palillos) . Está todo buenísimo.
A las 8:45 nos reunimos con Mineko en el hall y salimos a visitar la destilería de sake. Nos descalzamos y nos ponemos las zapatillas de goma (increíble, jamás encontraré eso en una bodega española), el gorrito y la bata. El Sr. Tanaka-san nos explica con detalle el procedimiento de fabricación: el lavado de los granos de arroz, el proceso de fermentación,... nos invita a probar los granos en las distintas fases para ir apreciando cómo cambia la textura y se acidifica. Tras ser lavado y cocido el arroz se extiende en unas telas de arpillera donde se va volteando manualmente
Finaliza la visita con una degustación de sake; está bueno, nada que ver con el que he probado en España, así que pasamos a la tienda a comprar un par de botellas pequeñas (no queremos arriesgarnos a pasarnos con el peso del equipaje).
Seguimos camino hasta la siguiente visita.
Olvidé mencionar algo que me llamó mucho la atención ayer: cuando nos dirigíamos hacia la escuela de la ceremonia del té, Mineko llamó por teléfono a la maestra y al despedirse ¡¡ le hizo una reverencia antes de colgar !! Aquí es cortés lo de las reverencias, tanto al saludar como al despedirse (costumbre que hemos adoptado porque da gusto corresponder a tanta cortesía en igual medida) pero lo que nunca imaginé es que también lo hicieran cuando hablan por teléfono, aunque no se les vea (no dejan de sorprenderme).
Cogemos el autobús a Nara.
Japón tuvo varias capitales, ya que según la tradición sintoísta se establecía el traslado de la misma a la muerte de cada emperador, costumbre que se abandonó bajo la influencia del budismo. Se decide entonces establecer una capital permanente, honor que recae en Nara, constituyéndose así como la 1º capital de Japón (año 710).
75 años más tarde se trasladaría a Kyoto para alejarla del alcance del poderoso y ambicioso clero de Nara.
La cuadrícula de sus calles es de clara influencia china.
Su principal interés reside en el extenso parque (Nara-koen) que ocupa gran parte de la zona este y que alberga más de 1000 ciervos que campan a sus anchas por doquier. En la época previa al budismo se les consideraba mensajeros de los dioses y hoy en día son reconocidos como un tesoro nacional. A la entrada del parque vimos un cartel donde viene a decir algo así como que no se moleste a los ciervos y también comenta que la principal causa de muerte es el atropello. En Japón les encantan los letreros, abundan por todas partes, siempre con curiosos dibujitos (en unos baños encontré un cartel explicando cuál era la forma correcta de lavarse las manos, ¡¡oops!!)


El parque está salpicado de templos y museos. El más importante es el templo de Todai-ji al que se accede a través de una puerta custodiada por 2 guardianes esculpidos en madera de 9 m. de altura.

Nos encontramos ante el edificio de madera más grande del mundo, aunque se trata (cómo no) de una reconstrucción algo más pequeña (2/3 del tamaño del original, ¡¡uff!!).

En suinterior alberga al Gran Buda (Daibutsu), nombre bastante acertado porque se trata de una de las mayores figuras de bronce que existen (es hueco, mide 16 m. de altura y pesa unas 437 toneladas de bronce). Sentado sobre mil pétalos, representa al Dios del Sol y según nos contó Mineko, para esculpir su rostro se inspiraron en el varón más guapo de la época Kamakura (vaya usted a saber).

En la parte posterior hay una curiosa columna con un agujero en la base (se dice que tiene el tamaño de un orificio nasal del Buda) y según la creencia popular, quien lo atraviesa alcanzará la iluminación.

La verdad es que en todas las visitas hemos coincidido con infinidad de visitas escolares, miles de colegiales uniformados colapsándolo todo. Uniformes marineros, escoceses, con chaqueta mao,... y zapatillas deportivas (ni uno solo con zapatos).




Es ahí donde reside el interés del lugar: en el entorno más que en el santuario en sí. Precioso.
Aquí nos despedimos de la simpática Mineko; terminan sus servicios. Ha sido una guía estupenda.
Son las 3 de la tarde así que buscaremos algo rápido para comer antes de aventurarnos solos por 1º vez en las calles de Kyoto.