Viernes 15 de octubre. Último día.
Después de un fortalecedor desayuno emprendemos camino hacia las Cuevas de
El Soplao.
Toda una aventura que casi nos perdemos, ya que fueron incluídas en la ruta a última hora, dos días antes del inicio del viaje y por consejo de un conocido.
Gracias a Dios fuimos previsores y optamos por reservar hora y comprar las entradas en internet (imprescindible en verano, incluso con semanas de antelación). De haberlas comprado en el propio recinto, nos hubiéramos quedado sin ellas.
Antes hubo que tomar una decisión importante: ofrecen dos visitas distintas, la normal y más corta (una hora de visita a través de pasarelas de madera habilitadas incluso para acceder con silla de ruedas) que accede al interior en un tren minero, o la llamada Turismo-aventura, tres veces más cara. Ni zambulléndome en internet durante horas conseguí encontrar ni una sola crónica de ésta última, para hacernos una idea de la dificultad y, más importante aún, si realmente merecía la pena pagar más del doble. Decidimos arriesgar antes que arrepentirnos de quedarnos cortos.
Teniendo 5 horas por delante (reservamos a las 16:00) decidimos hacer un alto a medio camino y desviarnos unos kilómetros hasta Santillana del Mar. En esta época del año da verdadero gusto pasear por sus calles (dos, a más señas) sin apenas tropezarse con las hordas de turistas que lo invaden en época estival. La intensa lluvia del trayecto ha dado paso a un ligero chispeo que termina por desaparecer cuando descendemos del coche. No se puede pedir más.

En ese momento dejan de existir las obligaciones hipotecarias, los marrones laborales y el estrés diario. Me dejo llevar. Siempre me encantó este pueblo.
Tras un agradable paseo cumplimos con la tradición: hay que comprar sobaos y corbatas de Unquera para la familia. Y no nos olvidamos de comprar otro monje (también para regalar) como el que luce en la entrada de mi casa. Nos enteramos que el artesano que los fabricaba falleció el año pasado, de modo que una vez que el stock se acabe, no traerán más.
Del viaje he sacado una conclusión: o hay mucho dinero en el norte o construir casas es baratísimo porque vengo asombrada de las casas maravillosas que hay en Asturias y en Cantabria. Yo sin embargo, tendré que esperar al gordo de la lotería para "plantar" la mía.
Y seguimos ruta hacia la Sierra de Arnero. Llegamos pronto, así tendremos tiempo para comer y reposar. Algo ligero, que no sabemos cómo será la visita y lo útimo que nos conviene es una comida copiosa que nos impida movernos.
El recinto está preparadísimo para las visitas: parking amplio, tienda de recuerdos, numerosos baños, un restaurante-autoservicio, cafetería y cajeros de Caja Cantabria (para retirar las entradas compradas por internet).
Las
cuevas constituían una explotación minera desde 1855 y su actividad cesó definitivamente en 1979. De forma accidental se descubrieron las cuevas de interés geológico. Deben su nombre a las corrientes de aire generadas cuando se comunicaba una cueva con una galería minera, debido a los cambios de presión.

Llegado el momento nos acercamos hacia el acceso de la excursión. Nos explican el protocolo a seguir y nos dicen que bastará una manga larga fina.
¡Me *%># en la mar!
En internet decían que la Tª es de 10-12ºC y me acabo de cambiar en el coche poniéndome el jersey de lana de cuello alto (que una no es friolera, sino lo siguiente). Hemos dejado el coche en la otra punta, así que toca aguantarse.
No están seguros de si habrá filtraciones por la lluvia y en esos casos se forma en uno de los puntos de la ruta un mínimo riachuelo que habrá que atravesar así que recomiendan calzado Goretex. Yo dejé los míos en el coche porque en los vestuarios proporcionan botas de goma.
Nos ponemos el mono de fibra para no mancharnos, las botas (muy cómodas, gracias a Dios), la capucha y nos colocamos el casco de espeleología siguiendo las instrucciones de los guías. Las pintas son para foto, pero como no permiten el acceso con cámaras (se necesitan las manos libres y hay zonas que pueden resbalar: las cámaras acabarían hechas pedazos en el suelo y enlentecerían el paso quienes se pararan a hacer fotos) dejé la mía en el coche. De haber sabido que había taquillas en los vestuarios la hubiera traído para hacer una foto al regresar, antes de cambiarnos, como nos indicaron los guías.
Entramos en la cueva caminando (el trenecillo es para las otras visitas). Somos un grupo de 15, todos jóvenes. La primera parte de la visita (una décima parte de la nuestra) es común para ambas rutas. La primera cueva es enorme, con cómodas y amplias pasarela de madera. Las formaciones del techo son impresionantes.
Afortunadamente he encontrado algunas fotos en internet.

Estas cuevas destacan por ser las que mayor extensión de "excéntricas" tienen (última foto). No son formaciones muy frecuentes y menos aún de forma tan aundante, lo que la hace única en el mundo. Las excéntricas son finas y tienen un crecimiento totalmente anárquico, en todas direcciones, creciendo sin seguir ningún orden concreto y a una velocidad increíblemente lenta.
Nos advierten que está prohibido tocar las formaciones y mucho menos cortar alguna para llevarse un recuerdo a casa: el último que lo intentó aún está pagando la multa.
Pronto nos familiarizamos con nombres que hasta hoy desconocíamos: excéntricas, coladas, gours,... gracias a las explicaciones cada vez que hacemos un alto en el camino.
Se termina la parte inicial y nos adentramos por galerías sin iluminación, a partir de aquí se acabaron las pasarelas y nos guiaremos tan solo por las luces de nuestros cascos. Avanzamos en fila, con un guía a la cabeza del grupo y otra en la cola. El ritmo es rápido y comienza a sobrarme tanto jersey de lana (tenían razón) porque el mono apenas transpira. Lo que no sobra en absoluto es el casco: algunas galerías tiene paredes sobreslientes que nos obligan a agachar ligeramente la cabeza, pero al ir pendientes de las irregularidades del suelo constantemente, nadie nos libra de algún que otro coscorrón leve.

En algunos tramos hay repechos complicados que salvar y hay que ayudarse con cuerdas clavadas a la pared, obligando a movilizar toda la musculatura y hacer una demostración de agilidad. Creo que la visita no es apta para personas con problemas de movilidad: no son más que un par de escollos en el camino, pero se pasan "canutas" :)
Para muestra, un botón:

Curioseando por la red encontré una foto que ilustra las pintas que tienen los visitantes con los modelitos de marras. Leí algún comentario en foros de viajes que afirmaba que la visita no debía de ser para tanto pues los monos salen limpios. Ya, de lejos lo parecen. Pero cuando bajas un pequeño terraplén arrastrando el culo es inevitable pringarte de arcilla. Ahí me gustaría verle.

Y sí, merece la pena.
En total hemos recorrido unos 2 km a lo largo de casi 2 horas y media, una minucia si se tiene en cuenta que la longitud conocida es de unos 14 km de galerías. Pero son accesos muy complicados para noveles.

Acabé con dolor de abductores, cuádriceps y no sé cuántos más y durante dos días sentarme en el sofá se convirtió en un suplicio, pero lo cierto es que disfruté de la visita una barbaridad. Repetiría sin duda. Pero sin jersey de lana : )
Fotografía nº 5: jose miguel martinez